La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 43



LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 43

CAPITULO 43. Tengo algo que decirte El abuelo King jamás había esperado ver a su nieto en aquel estado cuando llegó a aquel hospital.

– Gracias por quedarte con ella –murmuró Nathan cabizbajo. Tenía grandes ojeras, la voz ronca y los hombros caídos por el cansancio. Estaba claro que no había dormido en días.

–Tranquilo, todos entienden que tienes que bañarte –respondió el abuelo.

–No es eso, es que quiero ver a Sophia, sé que está preocupada y tengo que encontrar la forma de explicarle a mi hija que Meli... que Meli está enferma. Sé que no se lo va a tomar bien

El abuelo asintió y puso una mano en su hombro.

– ¿Y tú cómo te lo estás tomando, hijo? – le preguntó y Nathan se dejó caer en una silla con expresión derrotada.

– No lo sé, no tengo ni idea. Estoy tan asustado... nunca me había imaginado que podía a perder a Meli de esta forma. Digo... ¡Por dios, es una niña, es muy joven como para que le pase esto! –susurró Nathan llorando.

–Es una batalla en la que no podemos darnos por vencidos –dijo el abuelo tratando de infundirle un poco de esperanza a su nieto –. La operación la tiene débil, pero como dices, es joven, es fuerte, y estoy seguro de que tiene muchas ganas de luchar.

– Meli es una guerrera – asintió Nathan con determinación.

–Así es. Ahora ve, quédate un poco con Sophia y yo me encargo aquí. – Sabía que era difícil para Nathan irse, pero era necesario que se ocupara de su hija, no podía permitirse el lujo de dejarse caer ahora. Nathan salió del hospital y pasó por Sophia a su escuela. Explicarle a la niña que Meli estaba

delicada fue difícil, pero crecer sin una madre definitivamente hacía a Sophia una niña muy madura para su edad.

–¿Me prometes que se pondrá bien? —preguntó.

–Lo siento, cariño, no puedo prometerte eso –murmuró Nathan con la voz entrecortada.

– Entonces... ¿me llevas a verla? –pidió la niña y a eso Nathan sí accedió.

Llegaron al hospital un par de horas después y Sophia tuvo cuidado mientras su papá la subía a la camita de Meli. Estuvo allí poco tiempo, porque el doctor no le permitió más, pero la niña aprovechó el tiempo para contarle a Meli todo lo que había hecho en esos días y recordarle que no debía faltar al próximo Show de las ballenas. Sophia se despidió y ni siquiera habían caminado tres metros fuera de la habitación cuando escucharon un pitido largo y fuerte.

Todo comenzó a sonar de repente y Nathan abrazó a Sophia mientras varias enfermeras y doctores corrían hacia Meli.

–¡Papi! ¡Pai! ¿Qué pasa? -¡Benson! –gritó Nathan mientras dejaba a Sophi con el abuelo y corría también hacia la puerta.

Paletas de resucitación, gritos, órdenes, gente corriendo por todos lados...

Nathan se cubrió la boca con una mano al entender lo que significaba aquella línea delgada un constante.

–¡Meli! –creyó que gritaba pero solo podía susurrar.

Una descarga. Gritos. Maldiciones.

Dos descargas. Nathan se dejó resbalar por la pared. Tres descargas. Y un “ya déjenla” que aturdió a Nathan como si lo hubieran golpeado con una piedra en la cabeza.

–¿Alguien quiere declarar la hora de la m...?

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“BIP”

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– ¡Doctor Benson! Más gritos.

–¿Amelie? ¿Amelie me estás escuchando?

Nathan solo reaccionó cuando escuchó aquella pregunta.

Meli estaba aún conectada al monitor, sus párpados se movían débilmente pero sus labios temblorosos se movían. Corrió hacia los pies de la cama y la vio con los ojos abiertos, perdida aun pero tratando de enfocarse, y eso lo hizo darse cuenta de por un instante lo había perdido todo.

–¿Amelie? ¿Puedes hablar? – preguntó uno de los doctores retirando los tubos de su boca—. ¿ Puedes reconocer a alguien aquí? Los ojos de la muchacha recorrieron desorientados la habitación hasta que se centraron en él.

–¿“Ogruto“? –murmuró y los médicos se miraron. –¿Tendrá problemas del habla? Pero la sonrisa en el rostro de Nathan era demasiado amplia. – ¡Soy yo! –exclamó emocionado–.¡El ogruto soy yo! ¡Así me dice! ¡Así me dice! –gritó Nathan a punto de dar saltos de felicidad cuando ella le sonrió.

Mientras los médicos y las enfermeras se agitaban a su alrededor, Meli yacía indefensa en la cama del hospital, rodeada de monitores que pitaban y de goteros. Se esforzaba por abrir los ojos y tosía débilmente mientras intentaba recuperar el aliento, pero estaba viva y despierta.

Nathan se apresuró a acercarse a ella y le agarró la mano con fuerza.

– Miss Tropiezo… Melí, ¿puedes oírme? – le suplicó desesperadamente –. Está bien, pequeña, aguanta – le dijo tranquilizador mientras las lágrimas corrían por su rostro. Los médicos empezaron a trabajar rápidamente con Meli, inyectándole medicamentos y

manteniéndola desplerta a toda costa. Parecia que sus esfuerzos serían recompensados, porque pronto quedó claro que Meli iba a sobrevivir, Una hora después, por suerte, los ánimos se habían calmado, ––¿Puedo? – le preguntó Nathan al médico,

El doctor Benson asintió y él se acercó cautelosamente a la cama de Meli, tomando su mano

entre las suyas.

–Hola, pequeña – ledijo dulcemente – Cómo te encuentras?

– Mareada — respondió ella debilmente. Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas – Yun poco aturdida. ¿Qué ha pasado?

Los efectos del sedante empezaban a desvanecerse,

Nathan le contó todo lo que había sucedido, sin omitir ningún detalle, y ella asintió con la cabeza en silencio mientras lo escuchaba. Al final, lloró un poco de alivio y otro poco de miedo y él la abrazo.

– Ni siquiera me di cuenta de lo que pasaba hasta que te vi caer –dijo él – Me asusté tanto... pensé que te había perdido para siempre. Meli lo abrazó también y suspiró.

– No es tan fácil deshacerte de mí, “ogruto” – le sonrió.

– Hay alguien que todavía está allá afuera muy asustada – dijo Nathan.

– ¿Trajiste a Sophia aquí? ¿¡Quieres que te pegue!? –se enojó Meli con las pocas fuerzas que tenía.

– Ella insistió, sabes que es difícil de persuadir –sonrió Nathan antes de hacer pasar a Sophia solo por un par de minutos.

En cuanto Sophi se dio cuenta de que Amelie estaba bien, accedió irse a casa con su abuelito James, y Nathan se quedó a solas con Meli.

–¡Nunca, nunca vuelvas a hacerme esto! ¿De acuerdo? – le suplicó dándole un beso suave en los labios-. Te amo, Meli, me moriría sin ti. ¡No vuelvas a asustarme de esta manera!

Meli suspiró con cansancio, pero logró rescatar una sonrisa.

–Lo intentaré, ogruto, de verdad lo intentaré.

Las semanas que siguieron después de eso fueron realmente agotadoras. El médico les había explicado que después de una operación de ese tipo era posible tener secuelas.

—Serán normales las náuseas, vómitos. Vas a estar muy cansada, con sueño y puede dolerte un poco la cabeza. Si tienes visión borrosa o problemas de equilibrio no te asustes, incluso puedes sentir las extremidades muy pesadas – les comentó el doctor Benson—. Lo bueno es que el señor King parece que no te dejará mover ni un dedo así que esta es su oportunidad para consentirte.

Meli sonrió y Nathan levantó un indice de advertencia. –Ya lo escuchaste, toca consentirte, no te levantas sin mi permiso – dijo besándola. – Tu cabello comenzará a crecer pronto, no te preocupes – terminó el médico–. Todavía

debemos tenerte en observación por varias semanas así que mejor ponte cómoda, de acuerdo?

Meli asintió con un suspiro, solo quería recuperarse y salir de allí.

Cada dia se sentia un poquito mejor, aunque tal como había dicho el doctor, seguía estando débil. Sophia la visitaba todos los días después de la escuela y ella la ayudaba con los deberes. Según el doctor Benson las materias de una niña de primer grado eran un buen ejercicio mental de recuperación.

Nathan ya se sentía más tranquilo como para ir algunas horas al trabajo cada día, pero cundo él salía de aquella habitación, en la puerta se quedaba un hombre gigante de guardia.

–¡Lo siento, lo siento! –dijo Nathan un par de semanas después. Entró apresurado y le dio un beso en los labios –. Me demoré porque estaba lidiando con el fin de mes de mi empresa, la directiva de la tuya y el banco de Gringotts.

— Ja! ¡Sophia te hizo ver Harry Potter!

– Ni lo menciones, la verdad es que he tenido que ser mago estos días, pero te tengo una buena noticia –sonrió Nathan.

– Cuenta–se animó Meli.

– Mi empresa, o sea el Grupo KHC tiene un director comercial muy bueno desde hace casi diez anos. Hay otro esperando para tomar su lugar. –¿Como un director de reserva?

–¡Eso! Pero la verdad es que nunca he podido darle un puesto tan bueno porque ya me va muy bien con mi director comercial, así que me tomé el atrevimiento de darle el puesto de Director General de Empresas Wilde – dijo Nathan–. Se llama Harrison Crove y te aseguro que es un as, muy bueno. A

partir de ahora solo tendrás que lidiar con él, y él se encargará de mantener funcionando y produciendo tu compañía hasta que tú sola puedas hacerlo.

Amelie sonrió de oreja a oreja.

– ¿En serio? ¡Eso es bueno! ¿No? – Muy bueno, nena. Harrison es de toda mi confianza y la del abuelo y está más que feliz con ese ascenso. Te garantizo que Empresas Wilde tendrá más rendimiento que nunca. Meli estaba feliz y tranquila con aquella noticia. Adquirir una gran herencia era difícil, pero mantenerla lo era aún más. Le agradaba saber que podía apoyarse en personas que sí sabían cómo manejar esas grandes compañías. –Gracias, amor – le susurró y Nathan sintió que se derretía con aquellas dos palabras. –Bueno, bueno, pero guarda los aplausos para la siguiente sorpresa –dijo Nathan dirigiéndose a la puerta—. Redoble de tambores por favor... ¡Ta–rán! –La abrió y del otro lado le sonrió Rex y media docena de chicas de su clase

Todos entraron en tropel y se acomodaron cerca de ella. En cuestión de segundos ya estaban haciendo escándalo y contándose novedades.

–¡Meli! ¡Lamento que vayas a perder el semestre! –dijo una de las chicas.

–No importa, tengo mucho tiempo para estudiar –aseguró ella. –iOye! ¡Adivina con quién está saliendo la profesora Truff! — dijo otra y enseguida

empezaron a correr los chismes y las risas. Nathan la miraba aliviado desde la puerta y Rex se apoyó en la pared a su lado, cruzándose de trazos.

–Este fue un lindo gesto. Tragándote tus celos tóxicos, muy maduro de tu parte –se burló.

–Eso, tú provócame – replicó Nathan, pero la verdad era que no podía disimular la sonrisa. – Me alegro de que esté bien–suspiró Rex–. Lamento que los dos hayan tenido que pasar por esto.

– Bueno, supongo que nos enseña a priorizar y decidí que tú no eres una amenaza de la que tenga que cuidarme – aseguró Nathan extendiendo la mano y Rex se la estrechó con un gesto sincero antes de ir a reunirse con Meli y el resto de las chicas.

Ya era de noche cuando se fueron y Nathan se acostó junto a Amelie en su pequeña cama. –

–Gracias–susurró ella con suavidad. Esto de verdad fue muy importante para mí. Fue bueno ver a los chicos.

– Lo sé, necesitas hacer algo más que mirar a la pared, procuraré traértelos más seguido.

Meli se quedó pensativa por un largo momento y luego se aferró con fuerza al brazo de Nathan.

–Oye ogruto, hay algo que he querido decirte desde que desperté –murmuró y Nathan la miró fijamente, como si presintiera que fuera lo que fuera que saliera de los labios de Meli, cambiaría su vida.

CAPÍTULO 44. ¿Cómo decirle que era muy posible que estuviera...? Nathan parpadeó despacio, tragando saliva. ¿Decirle algo? ¿Decirle qué?

– ¿Te sientes mal? ¡Dime la verdad, nena, no te puedes callar estas cosas...! –Te quiero –confesó Meli y al hombre frente a ella se le erizó hasta el alma.

–¿Eh...? – Los labios de Nathan se movían pero no salía nada—. ¿Es en serio? ¡Júrame que lo dices en serio, Meli, por favor! ¡Dime que no estás mintiendo!

–No estoy mintiendo –respondió Meli, con un nudo nervioso formándose en su estómago.

Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras miraba los salvajes ojos de Nathan King. Podía sentir el temblor nervioso de sus extremidades mientras respiraba profundamente y por fin pronunciaba las palabras que había estado reteniendo durante tanto tiempo.

– Nathan –dijo en voz baja, mirando sus manos que se retorcían nerviosas en su regazo–. Te quiero. Sé que es una locura y algo repentino, pero no me quiero callar lo que siento.

Nathan la miró fijamente, con el rostro completamente congelado. Parecía sorprendido, incapaz de encontrar las palabras para responder a la confesión de amor de Meli. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso, atrajo a Meli hacia sus brazos y una sonrisa tentativa comenzó a aparecer en su rostro. Mirándola profundamente a los ojos, susurró con suavidad:

– ¿Sí sabes que te tardaste mucho en decirlo? – la acusó–. ¡Dios, yo también te quiero, Meli! – murmuró contra su pelo mientras ella enterraba la cara en su cuello y sonreía–. Más que a nada.

Durante las siguientes semanas, Nathan y Meli trataron de mantener la cordura el tiempo que les quedaba en el hospital. Pasaban horas hablando de todo, desde su infancia hasta sus esperanzas para el futuro, y Nathan sentía como si Nathan hubiera estado con ella desde siempre. Se estaban enamorando hasta los huesos y los dos lo sabían.

Por fin, nueve semanas después de su operación, el doctor Benson aceptó darle el alta con la recomendación de que no hiciera esfuerzos.

Nathan la llevó a casa, la cargó por las escaleras estilo princesa y fue categórico cuando la acostó en la cama.

– ¡De aquí no te bajas! – le advirtió. –No hay problema, yo obedezco – rio Meli.. –¿En serio?

–¡Claro que sí! Yo no me bajo si tú te subes-lo retó.

Por desgracia, el regreso a casa de Meli era algo importante que celebrar, así que pasaron al menos un par de días antes de que Sophia dejara de dormir entre ellos. Cuando por fin las cosas se normalizaron Amelie se animó a ir a un salón y luego hizo una inmersión peligrosa en su guardarropa.

Para las ocho de esa noche, cuando Nathan llegó, se dejó caer el portafolio sobre un pie y ni siquiera se dio cuenta. Meli llevaba una bata cortita de dormir en satin color celeste y le habían hecho un cortecito pixie con iluminaciones que la hacía parecer un hada.

–¡Dios, solo te falta el polvito de hadas y te juro que te cambiaré el “Miss Tropiezo” por” Campanita“! 1 Ella sonrió y Nathan la rodeó con sus brazos, besándola con una delicadeza que se fue perdiendo a medida que la pasión entre ellos crecía. –¿Estás segura de que estás bien? – le susurró entre besos porque ella ni siquiera tenía que decirle lo que quería, él podía intuirlo.

–Sí, estoy segura – respondió Meli, atrapando su labio entre los dientes para impedirle que hablara más.

Nathan la tomó entonces en sus brazos y la llevó hasta la cama, dejándola delicadamente sobre las sábanas. Ella gimió cuando él se alejó, pero contuvo el aliento cuando se dio cuenta de que solo lo hacía para quitarse la ropa con movimientos lentos y sensuales, dejando que ella lo admirara mientras iba desnudándose.

Trepó sobre ella y comenzó a besarla despacio, desnudándola. Iba cubriendo su cuerpo de caricias, explorando cada centímetro de su piel hasta que ella se estremeció y gimió implorando más. Era hermoso conquistar su cuerpo centímetro a centímetro con la lengua y los dedos.

Meli arqueó la espalda cuando él le mordisqueó un pecho y gimió cuando sintió su erección contra su muslo. Se sentía tan impaciente por tenerlo dentro de ella que temblaba de deseo, pero sabía que Nathan quería ir despacio, así que se obligó a esperar. Por fin, cuando ambos estaban al borde del delirio, él se colocó entre sus muslos y ella lo rodeó con las piernas, atrayéndolo hacia sí. Lentamente, centímetro a centímetro, fue penetrándola hasta estar completamente dentro de ella. Fue moviéndose, despacio al principio, para ir aumentando el ritmo a medida que el fuego iba creciendo imparable entre ellos.

Meli estaba completamente entregada a él, sus cuerpos se movían con la misma urgencia y deseo de siempre. Mientras su piel ardía de pasión, Nathan le acariciaba los labios con la punta de su lengua y ella se sentía como si estuviera en el cielo.

Ella le suplicaba sin inhibiciones, abrazándolo con fuerza mientras él la llenaba una y otra vez. Los gemidos y los gritos de placer de Meli se mezclaron con los profundos y roncos gemidos de Nathan hasta que ambos llegaron al clímax de forma explosiva, derramándose el uno en el cuerpo del otro. Nathan sonrió al escucharla gritar su nombre mientras se corría y él no tardó en seguirla. Jadeó su nombre mientras terminaba, apoyándose sobre sus manos para no caer encima de ella. Luego hizo una graciosa voltereta para caer a su lado y suspiraron juntos, felices, exhaustos y sonrientes. Ella estaba tan cansada que solo quería dormir acurrucada contra él. – ¿Tú crees en los cuentos de hadas, Nathan? – le susurró.

–Yo creo en el nuestro –respondió él, y Meli sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas ante la belleza de aquellas palabras. Se besaron suavemente, como si les sobrara el tiempo, hasta que Meli simplemente se quedó dormida en sus brazos.

Nathan la miró por algunos minutos antes de cerrar los ojos y entregarse también al sueño. Era más feliz de lo que había sido nunca en su vida y sentía que nada podría superar eso.

A la mañana siguiente, a pesar de todas las protestas de Nathan, Amelie se arregló para salir.

– De verdad tengo que ir susurró ella.

–¿Por qué? – preguntó Nathan, preocupado–. Lo que necesites de la universidad puedo hacer que te lo traigan.

–Lo sé, amor, pero llevo casi tres meses encerrada y me volveré loca si sigo así —respondió ella sonriendo–. Solo iré a saludar a los chicos y ver si pueden admitirme de nuevo en el próximo semestre porque es obvio que este lo perdí.

– No te preocupes, estoy seguro de que te van a readmitir sin problemas – dijo Nathan sonriendo.

– ¿Por qué? ¿Porque eres capaz de comprar la universidad solo para que yo vaya? –preguntó Meli con un gesto sugerente.

–¡Cómo me conoces! – rio Nathan besándola–.¡Y tú sabes que sí!

Meli se despidió de él y el chofer la llevó hasta el campus de la Universidad. Sin embargo pronto Meli se dio cuenta de que su primera salida debía ser más corta y preferiblemente a un sitio con menos gente.

La universidad era un hervidero de actividad y la gente parecía estar en todas partes. Se sentía mareada y aturdida por los sonidos y las conversaciones a su alrededor, y más de una vez tuvo

que detenerse para que se le pasara la náusea.

–¿Amelie? –oyó que alguien decía su nombre, pero cuando intentó responder, no salió ningún sonido de su boca–. ¿Estás bien? —preguntó la voz, y Meli supo que era de Rex–. Jade me dijo que habías venido a la universidad, así que vine a buscarte para enviarte de regreso a tu casa porque seguro viniste sin permiso del ogro ese tuyo.

–Vine con permiso – suspiró Meli–. Pero ni así debí hacerlo. Me siento aturdida, será mejor que de verdad regrese.

Nathan la acompañó hasta el coche y Meli regresó de muy mal humor a la casa. 1

–No es justo – rezongaba todavía dos horas después mientras organizaba una gaveta por centésima vez–. Solo quería salir un rato, ¿ipor qué diablos no me puedo sentir bien!?

–¿Qué tan mal te sientes? –escuchó la voz de Nathan, preocupado, y Meli se giró hacia él con un puchero.

– No es que me sienta mal de salud, amor es solo... no lo sé, me molesta el ruido, la gente, los olores, que hablen, que caminen, que respiren...

Nathan sonrió mientras la estrechaba contra su pecho.

– Ja ja ja. Malhumorada, incómoda y odiando al mundo. Seguro ya vienen “tus días” –intentó consolarla, pero el rostro que Meli escondía en su pecho solo se tenso. “Sus días“... Aquello fue como un balde de agua helada. ¡Ni siquiera podía recordar la última vez que había tenido “sus días”. No había tenido su periodo en el hospital, la última píldora anticonceptiva que se había tomado había sido el día antes de su operación, después de eso no recordaba...

Las piernas le fallaron y se sentó en el borde de la cama mientras Nathan se arrodillaba frente a ella.

— Nena, tienes que decirme qué te slentes – insistió él y Meli lo miró a los ojos con ansiedad. ¿Cómo podía decirle que era muy posible que estuviera embarazada?


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